sábado, 28 de enero de 2017

LAS PENAS DEL JOVEN WERTHER

Isabel Torres
Esta entrada me gustaría dedicarla enteramente al análisis de un fragmento de una de las obras clave del Romanticismo: “Las penas del joven Werther”. Esta obra irrumpe en una Europa cartesiana en donde imperaba el mundo de la razón. En pleno auge del conocimiento científico, a finales del siglo XVIII, surge un joven escritor (Goethe) con formación en leyes y espíritu renacentista, que apuesta por el mundo de los sentimientos como el único vehículo válido para aprehender el mundo. Goethe escribió esta novela cuando tenía 25 años, mezclando algunos datos biográficos en la historia del protagonista: el joven autor desnuda su alma en la frustración de un amor no correspondido. La fuerza de la pasión que recorre la prosa produjo una gran conmoción, muchos jóvenes se identificaron con el drama y algunos, incluso, llegaron, como el protagonista, al suicidio.


A continuación, me gustaría presentaros uno de los fragmentos, para mí, más significativos de la obra, en el que se muestran casi todas las características del periodo romántico, que tanto exalta los sentimientos:

Querido Guillermo: Me encuentro en un estado que debe parecerse al de los desgraciados que antiguamente se creían poseídos del espíritu maligno. No es el pesar, no es tampoco un deseo ardiente, sino una rabia sorda y sin nombre que me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me sofoca. Sufro, quisiera huir de mí mismo, y paso las noches vagando por los parajes desiertos y sombríos en que abunda esta estación enemiga.
Anoche salí. Sobrevino súbitamente el deshielo y supe que el río había salido de madre, que todos los arroyos de Wahlheim corrían desbordados y que la inundación era completa en mi querido valle. Me dirigí a él cuando rayaba la media noche, y presencié un espectáculo aterrador. Desde la cumbre de una roca vi, a la claridad de la luna, revolverse los torrentes por los campos, por las praderas y entre los vallados, devorándolo y sumergiéndolo todo; vi desaparecer el valle; vi, en su lugar, un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes. Después, profundas tiniebla; después, la luna, que aparecía de nuevo para arrojar una siniestra claridad sobre aquel soberbio e imponente cuadro. Las olas rodaban con estrépito..., venían a estrellarse a mis pies violentamente... Un extraño temblor y una tentación inexplicable se apoderaron de mí. Me encontraba allí con los brazos extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él. Sí, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis dolores y sufrimientos. Pero ¡ay!, ¡qué desgraciado soy! No tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males, mi hora no ha llegado todavía, lo conozco. ¡Ah, Guillermo!, ¡con qué placer hubiera dado esta pobre vida humana para confundirme con el huracán, rasgar con él los mares y agitar sus olas! ¡Ah!, ¿no alcanzaremos nunca esta dicha los que nos consumimos en nuestra prisión? ¡Qué tristeza se apoderó de mí cuando mis ojos se fijaron en el sitio donde había descansado con Carlota, bajo un sauce, después de un largo paseo!


La naturaleza que en el texto se describe, nos da a conocer cómo se siente el autor. Al principio del texto, Werther dice: “…rabia sorda y sin nombre que me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me sofoca. Sufro, quisiera huir de mí mismo…”. Y es que , debido a ese sentimiento, reconoce que “paso las noches vagando por los parajes desiertos y sombríos en que abunda esta estación enemiga”. Aquí vemos cómo relaciona la naturaleza con la soledad, rasgo típico del Romanticismo.
A partir de ahí, toda la naturaleza nombrada va a representar la melancolía, la angustia (“revolverse los torrentes por los campos”), la tristeza, desesperación (“arroyos corrían desbordados…inundación completa”), la rabia (“un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes”)

Pero, además de las características ya señaladas, incluye otros rasgos como la pasión y el sentimiento. Werther le cuenta a su amigo cómo sufre cuando recuerda a su amor no correspondido: Carlota: “¡Qué tristeza se apoderó de mí cuando mis ojos se fijaron en el sitio donde había descansado con Carlota, bajo un sauce, después de un largo paseo!”.


Y ya para finalizar, se utiliza en el fragmento seleccionado un lenguaje enfático y exagerado, debido al uso casi constante ya hacia el final de exclamaciones e interrogaciones retóricas.

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